martes, 20 de agosto de 2019

Una derrota ¿sorpresiva?

Tal vez uno de los mayores aciertos del estratega es sorprender al adversario y uno de los mayores errores es dejarse sorprender. La sorpresa es fruto de velar las propias intenciones y engañar exitosamente al adversario, logrando entonces uno de los mayores activos del estratega: la libertad de acción. En otras palabras, darle a ese adversario la posibilidad de establecer el cuándo, dónde y cómo. ¿Cómo se logra? De SunTzu, hasta nuestros días, poco han variado los consejos y advertencias respecto de este estratégico tema para aquellos que deben enfrentar un adversario o un enemigo en el ámbito político o militar. El conocerse a sí mismo y conocer a quién nos enfrenta es sin dudas uno de ellos. Pero tan importante como esto es analizar en profundidad qué podría suceder y cuáles podrían ser las consecuencias de que suceda, tanto las que son preferibles (oportunidades) como aquellas que se deberán evitar (riesgos), y para ello hoy es posible emplear herramientas tales como la anticipación estratégica que nos facilitará estudiar de antemano distintos escenarios que a su vez nos permitirán fijar objetivos de largo plazo y planificar en términos estratégicos. El planeamiento estratégico considera al adversario y sus posibles respuestas ante nuestras acciones. No se establece una única solución al problema, cada escenario, cada respuesta del adversario y del entorno pueden modificar los propios objetivos y los planeamientos para alcanzarlos. Entonces no se trata de establecer qué sucederá, muy por el contrario, el decisor tendrá a su disposición un análisis de lo que podría suceder.

El gobierno pareciera haberse dejado sorprender desde el inicio de la crisis, punto de inflexión de la opinión pública, no solo por las circunstancias externas que dieron origen a la misma así como por la reacción de la oposición a esos episodios y a las soluciones que se implementaron. También cometió un segundo error grave desde el punto de vista de la Estrategia: olvidó el carácter paradojal de la misma. Lo que ayer fue bueno y me permitió la victoria, hoy puede ser malo y llevarme a la derrota. Los estrategas del gobierno insistieron con acciones que fueron exitosas en su momento pero que al ser reiteradas, dejaron de causar efecto. Me refiero a colocar a la ex-presidente como único adversario y enfocarse en aspectos éticos de su gestión. Imaginaron que la ex presidente nunca cedería el protagonismo y que el electorado siempre tendría como prioritario el aspecto ético más allá de cualquier otra consideración. Pero Cristina Fernández los sorprendió corriéndose del foco de la atención pública y designando como candidato a quien la hubo de criticar en cuanto ocasión tuvo, sin votos propios pero un operador reconocido por la mayor parte del arco opositor y sin relación directa con la corrupción. La reacción del gobierno fue buena pero tardía, había perdido la iniciativa que no volvería a recuperar hasta el presente. De ahora en más solo reaccionó ante los cambios que inexorablemente lo empujaron a la mayor derrota de su breve historia en el orden nacional.

El enfoque que tan buen resultado hubo de dar en la elección presidencial y en la de medio término dejó de ser efectiva, es más, es probable que haya resultado contraproducente puesto que el impacto de la crisis ya resultaba importante para buena parte de la sociedad y en especial para aquellos que confiaron en que con su voto habrían colaborado en cambiar la realidad política del país. Lamentablemente las consecuencias de la crisis resultaron más allá de las posibilidades de control del gobierno que, a su vez, no supo dar las respuestas que esperaba la ciudadanía. Se insistió en hacer foco en los “deslices éticos” de la ahora candidata a vice-presidente pero solo se implementaron tibias medidas económicas mientras se acudía al FMI considerado históricamente por buena parte de los argentinos como uno de los grandes responsables de sus desventuras económicas. Podría decirse que el gobierno no supo advertir que para buena parte de la sociedad “heladera mata ética”. A la falta de anticipación y planeamiento estratégicos se sumaron entonces errores groseros en la percepción de la realidad cotidiana de millones de personas. 

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Podría agregar que el estilo de conducción del presidente, un liderazgo "light", que se reflejó en toda la administración pública, fue uno de los factores del éxito inicial y seguramente hubiera continuado siendo efectivo si las tendencias iniciales hubieran seguido siendo favorables en los aspectos políticos y económicos, sin embargo cuando las condiciones cambiaron el estilo de liderazgo no lo hizo, a pesar de que nuestra historia nos muestra con una fuerte inclinación al liderazgos fuertes, con presencia y determinación. Las medidas han de tomarse con decisión, sin dudas ni dilaciones, aún cuando se le debe pedir al pueblo "sangre, sacrificio, sudor y lágrimas".
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A principios del siglo XIX el militar y filósofo alemán Carl von Clausewitz en su libro "De la Guerra" dejó en claro que esta era demasiado importante para dejársela a los militares puesto que se trataba de un hecho político con fines políticos. Bien puede trasladarse esta poderosa idea a muchos de los temas de gobierno en la actualidad, por ejemplo en la economía. Si parafraseamos a Clausewitz podríamos decir que esta es demasiado importante para dejarla en manos de economistas puesto que la misma es solo un instrumento para dar cumplimiento al mandato fundacional del Estado Nacional, presente en el Preámbulo de la Constitución de la Nación Argentina: "promover el bienestar general".